jueves, 4 de diciembre de 2008

Sumergida

Sumergida

Uno, dos, tres… diez pasos había dado en la sala de exposición cuando de repente sentí desaparecer de ella. Estaba frente a un espejo que me reflejaba con un elegante vestido y un peinado despampanante. Era como un sueño, como si un hada madrina me hubiese apuntado con su barita, pero a esta se le olvidó algo, miré hacia el suelo y mis pies estaban desnudos.
Entonces volteé la mirada y vi que otras personas se encontraban en aquel gran salón: caballeros vestidos de gala y damas con vestidos refinados, pero todos estaban descalzos. Pensé que tenían que estar locos como para vestirse con semejante delicadeza y olvidar sus zapatos, no entendí el porqué de esta locura.


Sentí una mano, una mano que encajaba en mi cintura, otra que bajaba lentamente desde mi hombro rozándome la piel, hasta encontrarse con su semejante. ¿Quién eres?, preguntó mi mente, ¨allá voy¨ dijo mi cuerpo agitándose contra el suyo, nos encontrábamos con una cercanía peligrosa y me seguí preguntando, ¿por qué descalzos?

Mi pensamiento era un total desorden, no lograba organizar mis ideas ni captar lo que allí estaba sucediendo, era como si mi intelecto y mi cuerpo estuvieran separados. En ese momento una melodía y una voz se apoderaron del salón: Acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar… como ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar y si es mío el amparo de tu risa leve, que es como un cantar. Ella aquieta mi herida, todo se olvida. El día que me quieras, la rosa que engalana, se vestirá de fiesta con su mejor color y al viento las campanas dirán que ya eres mía, y locas las fontanas se contarán su amor…

Por mis venas penetraba el retumbar de unas ondas musicales que me inyectaban una energía que hacía que mi cuerpo se moviera al compás de su zarandeo, tan tararán, tantarán, tan tararan tararán, me dejé llevar.

Mis pies se movían con la torpeza de una bailadora de otros ritmos, pero con espíritu de un buen aprendiz. Mi cuerpo estaba sostenido con firmeza por unas robustas y delicadas manos que guiaban mi andar; y mis manos acariciaban la suavidad de una seda que cubría a un delirante ser. Me sumergí en aquel tango desnudo… pero, ¡ZAZ! ¡Desnudos!, recordé que así estaban mis pies, entonces volvió a mi la interrogante que no dejaba de rondar mi cabeza, ¿por qué la desnudez de todos aquellos pasos?


¨¡Amiga, amiga, avanza, no podemos separarnos del grupo!¨, entonces mi alma volvió a mi cuerpo que todavía se encontraba parado en el salón de exposiciones y vi frente a mi ojos Naked Tango, de Guillermo Kuitca, y fue cuando entendí que la desnudez de mis pies fue lo que me permitió recorrer las huellas de un tango que una vez se bailó con tanta pasión como para quedar perpetuado en aquella pintura, y que hoy se quedó en mí como una marca indeleble.


MR

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